El 17 de octubre de 2023, la expresidenta de Nicaragua y símbolo inequívoco de la paz, Violeta Barrios de Chamorro, se reencontró en San José con dos de sus cuatro hijos: Cristiana y Carlos Fernando. Ambos vivían en el exilio, tras ser perseguidos y criminalizados por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Cristiana fue encarcelada por intentar postularse a la presidencia y Carlos Fernando, figura trascendental del periodismo independiente, fue forzado a huir tras una intensa campaña de acoso. Fue un reencuentro atípico, marcado por la enfermedad de doña Violeta y el dolor del destierro compartido.
Desde octubre de 2018, doña Violeta —como le llamaba el pueblo de Nicaragua, con quien cultivó una relación casi maternal, marcada por su tono campechano— permanecía postrada en cama, con sus facultades cada vez más disminuidas a raíz de un accidente cerebrovascular. Tras el encarcelamiento de Pedro Joaquín, el hijo mayor, y de Cristiana, y con Carlos Fernando forzado al exilio en junio de 2021, la expresidenta quedó prácticamente sola en Managua. Era cuidada únicamente por su hija Claudia y un equipo de enfermeras en su residencia de siempre en Las Palmas, a donde había vuelto tras dejar la presidencia y la vida pública.
En febrero de 2023, Pedro Joaquín y Cristiana Chamorro —esta última precandidata presidencial y favorita en las encuestas para derrotar a Ortega en 2021, como su madre lo hizo en 1990— fueron desterrados a Estados Unidos por el régimen de Ortega y Murillo. Ambos fueron también desnacionalizados, al igual que su hermano Carlos Fernando días después. Mientras crecía el ensañamiento del aparato sandinista contra su familia, también aumentaba la preocupación de los hijos por el frágil estado de salud de su madre, sola en Managua.
En octubre de 2023, la familia Chamorro Barrios anunció que la matriarca había sido trasladada en una ambulancia aérea a San José para ser cuidada y acompañada por sus hijos en el exilio. Aunque inerte en su cama, la llegada de doña Violeta fue un alivio para su familia. La instalaron en casa de su hija Cristiana para ser cuidada por “el amor de su familia, junto a personal de salud y médicos especializados”.
“Cuando mi mamá llegó a San José en un avión ambulancia, Carlos y yo subimos para recibirla. Al escuchar nuestras voces —después de dos años sin oírnos, él forzado al exilio y yo bajo arresto domiciliario— se le salieron las lágrimas, aun en su inconsciencia. Desde ese momento se mantuvo en paz, rodeada del amor de todos sus hijos y nietos, que logramos reunirnos en el exilio en Costa Rica, hasta el día en que ella decidió irse al cielo”, relata a EL PAÍS Cristiana Chamorro, apenas horas después de que su madre falleciera a los 95 años de edad la madrugada de este 14 de junio.
Las visitas de Carlos Fernando
La llegada de la expresidenta a San José, es decir, al epicentro del exilio nicaragüense, supuso para Carlos Fernando retomar un hábito recurrente en Managua: visitar a su mamá casi a diario, a pesar de su siempre apretada agenda. Sentarse a la par de ella, tomarle la mano y hablarle.
En junio de 2019, durante su primer exilio, Carlos Fernando dijo al diario La Prensa que lo más duro de haber salido de Nicaragua era no poder estar junto a su madre, pues “ella está en una condición de salud delicada, reservada”. “Quisiera acompañarla […]. Y es muy dolorosa esa ausencia, esa distancia”, añadió. Al regresar al país, el periodista dijo que lo primero que iba a hacer era abrazar y besar a su madre. Lo hizo. En 2021, el régimen de Ortega y Murillo lo volvió a empujar al exilio, pero esta vez con más ferocidad y sin una fecha de retorno que se avizore próxima, aún en la actualidad.
Pasaron casi tres años hasta que Carlos Fernando volviera a besar a su madre, junto a sus hermanos y nietos de doña Violeta en Costa Rica. “Falleció en paz, rodeada del cariño y del amor de sus hijos y de las personas que le brindaron un cuidado extraordinario, y ahora se encuentra en la paz del Señor”, expresaron en un comunicado sus hijos Pedro Joaquín, Claudia, Cristiana y Carlos Fernando.