Tras la debacle del debate de Joe Biden, hay una constante: la delirante confianza de la Dra. Jill en que puede salvar el día.
Bajo la influencia de su asesor Anthony Bernal, que parece un Rasputín, la primera dama está actuando como si fuera la candidata, a expensas de su marido y del país.
Ella es la guardiana de los delirios de Biden.
"Joe, hiciste un gran trabajo", gritó después de tomar el micrófono en la fiesta posterior al debate en Atlanta, mientras su abatido esposo permanecía de pie en el escenario mirándola boquiabierto y sin comprender.
¡Respondiste a todas las preguntas! —dijo con un tono irritante y condescendiente, como una maestra de jardín de infantes que odia a los niños.
El mundo entero sabía que hizo un trabajo terrible. Incluso Joe lo sabía.
Pero ese es el problema de la mentira habitual: al final te hunde en el engaño.
Se pudo ver el surgimiento de la corte rival de Jill en los últimos meses cuando Joe se desvaneció y ella se embarcó en una frenética ronda de campaña en solitario, siempre con Bernal, a quien llama su "marido de trabajo".
Bernal estuvo a su lado cuando apareció en el juicio por armas de Hunter en Wilmington con sus mejores prendas de diseñador el mes pasado para proyectar el poder presidencial sobre los palurdos del jurado.
Se puede ver cuánto depende de Bernal por las miradas cómplices que intercambian cuando Joe se descontrola, como lo hizo en Waffle House, donde lo arrastraron después del debate cuando debería haber estado en la cama.