Por Adriana Bell
Los ciudadanos confinados en los países que han tomado medidas contra el contagio del virus están sufriendo un potente cambio en sus vidas. El confinamiento está siendo clave para la modificación en el comportamiento de todos los ciudadanos y esto incluye tanto a los que encuadran sus actividades cotidianas dentro de la ley y a los que no.
Así, ya son muchos los delitos que han visto reducida su presencia casi a cero mientras que otros se han disparado de forma notable. Las denuncias por conducción bajo los efectos del alcohol, por ejemplo, están siendo casi anecdóticas ya que los desplazamientos están limitados y los bares se encuentran cerrados. Por su parte, la voluminosa caja que hacen los supermercados de forma repetitiva en todos los países que anuncian el confinamiento, se convierte en un reclamo para bandas dedicadas al atraco.
De igual modo, en algunas zonas como los polígonos industriales que se quedan más desiertos durante el tiempo de encierro de la población, se convierten también en un punto caliente para el interés de los delincuentes que ven su oportunidad para saquear unas zonas menos vigiladas.
Arma de doble filo
Todo esto hace que los ladrones y los delincuentes en general vean modificado su comportamiento con nuevos focos a los que atender y algunas posibilidades que se cierran. Sin embargo, si el confinamiento de la población vacía algunas zonas dejando libre el paso para los delincuentes, también se presenta esta misma cuestión como un problema añadido para su ocultación.
Esto es así porque la baza principal de los delincuentes para escapar de la persecución y la detención es el camuflaje entre los ciudadanos de a pie para pasar desapercibidos entre ellos. Actualmente, con las calles vacías, cualquier caminantes que deambule por la ciudad se convierte en un objetivo claro de sospecha y será interrogado con casi total seguridad para determinar cuál es la razón de su presencia allí. No todo van a ser ventajas y facilidades para los ladrones y maleantes.
Sin escapatoria
Algunos delitos de extrema gravedad incrementan sin duda el riesgo con el confinamiento. Este es el caso de los malos tratos y abusos sufridos dentro del ámbito familiar. En una situación tan delicada y peligrosa como la que viven las personas que sufren este tipo de delitos dentro de casa, el único momento de respiro pasa por la ausencia cotidiana del maltratador para asistir al trabajo u otras cuestiones diarias.
Con el encierro de la población no solo se anula este momento de respiro para las víctimas, además, se incrementa la ansiedad y la tensión vivida en el domicilio incrementando de forma notable el riesgo de sufrir el abuso y el maltrato. La situación de ansiedad y la privación de libertad es un factor de elevado peligro para hacer saltar la violencia del criminal provocando la multiplicación crítica del sufrimiento de las víctimas.
Una situación de elevado riesgo que merece una atención especial por parte de las autoridades e instituciones y que, sin embargo, se torna increíblemente difícil de detectar.
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